martes, 4 de diciembre de 2007

Grandeza y miseria de la taxonomía IV: Linneo, Cuvier y El marqués de Sade.





Michel Foucault habla en su libro (Les mots et les choses) de la Ciencia y de la Historia y de cómo cada época histórica tiene una visión del mundo y de las cosas que llama episteme. Dice explícitamente:

La Historia Natural no es otra cosa que la denominación de lo visible. De allí su aparente simplicidad y este modo que de lejos parece ingenuo, ya que la Historia Natural resulta simple e impuesta por la evidencia de las cosas. Se tiene la impresión de que con Tornefort, Linneo o Buffon se ha empezado a decir al fin lo que siempre había sido visible, pero que había permanecido mudo ante una especie de invencible distracción de la mirada. De hecho, no es una milenaria desatención lo que se disipa de pronto, sino que se constituye en todo su espesor un nuevo campo de visibilidad.

Ésto (la denominación de lo visible) era uno de los objetivos principales de Cuvier (1769-1832), fundador de la paleontología, de quien se dice que con solo ver un hueso era capaz de reconstruir el esqueleto del animal al que pertenecía. Cuvier era (todavía) un naturalista y (todavía) no un biólogo. No comulgaba con la transformación de unas especies en otras porque lo que él veía eran justamente las diferencias y no el cambio; y es que,…. para la Historia Natural, La Naturaleza está formada por especies diferentes que destacan sobre un fondo común, mientras que la Biología es el intento por describir el fondo; porque, sigue Foucault:

Hay Historia Natural porque lo Mismo y lo Otro sólo pertenecen a un único espacio; algo así como la Biología se hace posible cuando esta unidad de plan empieza a deshacerse y surgen las diferencias en un fondo de una identidad más profunda y como más seria que aquélla.

La Biología comienza a vislumbrarse cuando los motivos de igualdad entre los seres vivos comienzan a imponerse a las diferencias: La Teoría celular, la evolución, la identidad en los principios de la bioquímica y de la genética….

Cuvier es un naturalista y su visión de la Naturaleza (clasificación, taxonomía) impregna todos los tratados de Historia Natural del siglo XIX. Lamarck y sobre todo Geoffroy Saint Hilaire, en el otro lado, colocan las primeras piedras del edificio de la Biología.

Por eso Foucault deja bien claro que la Biología es una Ciencia reciente:


Se quieren hacer historias de la Biología en el siglo XVIII, pero no se advierte que la Biología no existía y que su corte del saber, que nos es familiar desde hace más de ciento cincuenta años, no es válido en un período anterior. Y si la Biología era desconocida, lo era por una razón muy sencilla: la vida misma no existía. Lo único que existía eran los seres vivientes que aparecían a través de la reja del saber constituida por la historia natural,…..

Curiosamente, la Biología aparece cuando la Historia Natural ha de reconocer que su objetivo es insuficiente ante los requerimientos de una nueva episteme:

La Historia Natural habrá cumplido con su tarea fundamental que es "la disposición y la denominación".


Dos cuestiones pendientes para la biología actual: ¿Es una taxonomía limpia condición necesaria o suficiente para entender la Naturaleza?, ¿La Naturaleza por sí: ofrece, propone algo semejante o más bien es contraria a ello?.

La Naturaleza no sabe ya ser buena. Sade anunciaba al siglo XVIII, cuyo lenguaje agotó, y a la época moderna que por mucho tiempo quiso condenarlo al mutismo, que la vida no puede separarse de la muerte, la Naturaleza del mal, ni los deseos de la contra-Naturaleza. Discúlpese la insolencia (¿para quién?): Les 120 Journées son el envés aterciopelado, maravilloso de las Leçons d'anatomie comparée de Cuvier…..

Perdoneme a mi Foucault, el Marqués de Sade (1740-1814) cabalga entre Linneo (1707-1778) y Cuvier (1769-1832).

2 comentarios:

El Doctor dijo...

Hola Emilio.
Es un placer encontrarme en este post al divino Marqués.Conozco toda su obra y el referente es espléndido.
Un abrazo.

Emilio Cervantes dijo...

Hola Francisco, disculpame que tengo muchas de tus comentarios sin contestar.

Un abrazo,

Emilio