jueves, 14 de octubre de 2010

Anclados en el espacio intemporal de la mediocridad


Cuando se examinan periódicos y revistas de una época que ha quedado lo bastante atrás como para que sólo un número muy reducido de sus protagonistas haya llegado a nuestro conocimiento, nunca deja de sorprender la falta de acoplamiento entre lo que fue y lo que será, entre lo que entonces se vivió y lo que mucho después se aprecia de su vida. Los personajes que nos han enseñado a considerar como representativos de su momento apenas aparecen en esas páginas, dedicadas con exuberante generosidad a otros que el olvido ha sepultado en las hemerotecas, y los grandes monumentos del arte, la ciencia, la cultura y la política que la posteridad considerará como los imprescindibles precedentes y eslabones de la evolución y el progreso no tendrán, ni mucho menos, la resonancia y el reconocimiento público de una mediocridad oficial que en todos los terrenos forma el gusto de la época y el acomodo de la sociedad con su tiempo.

De ahí me permito extraer dos conclusiones, que no siempre son tenidas en cuenta a la hora de escribir la historia: la primera es que –con las obligadas excepciones de las que casi siempre es responsable un hombre excepcional- la figura que la posteridad acabará por designar como representantiva de su momento apenas aparece en su época y solamente será merecedora de ese póstumo título cunado la representación de su época ha concluido, sustituida por otra de caracteres externos muy distintos; la sociedad -se deduce de ello- está dominada por su propia inercia y no delega su representación más que en aquel a quien ella designa para ello, aunque sea a costa del menosprecio de unos valores más duraderos - pero más secretos- que los oficiales. Sólo cuando muere y concluye su representación puede el historiador designar a un protagonista muy diferente, que en su día apenas salió a escena y para hacer un papel secundario.

La segunda conclusión es que la figura elegida por la posteridad como representativa de su momento fue, la más de las veces, tan oscura que no representó nada. Sirve- en cambio- para la reconstrucción histórica del momento y en la medida en que para esa función no es posible echar mano de los protagonistas de entonces porque apenas dicen nada al oído moderno. En otras palabras el “Paris de Baudelaire” no fue de Baudelaire, ni de Kafka fue la “Praga de Kafka”, ni de Wittgenstein la “Viena de Wittgenstein”; por supuesto que eran de otros que no han sobrevivido a su tiempo y que de ser de nuevo instalados en la escena y obligados a repetir su papel convertirían la historia en un cuento insulso, aburrido y nada ilustrativo, anclado en el espacio intemporal de la mediocridad.

Juan Benet. El Madrid de Eloy. P 68-69 en Otoño en Madrid hacia 1950.2ª ed. Alianza Editorial, 2003.

lunes, 15 de marzo de 2010

Muertos más no enmudecidos



En su discurso al recibir el premio Cervantes, decía Delibes:

Los amigos me dicen con la mejor voluntad: que conserve usted la cabeza muchos años. ¿Qué cabeza? ¿La mía, la del viejo Eloy, la del señor Cayo, la de Pacífico Pérez, la de Menchu Sotillo? ¿Qué cabeza es la que debo conservar?

Párrafo que trae a la memoria a otro párrafo de aquel otro don Miguel, cuyo apellido daba nombre al premio quien había escrito:

-Yo sé quién soy -respondió don Quijote-; y sé que puedo ser no sólo los
que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve
de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por
sí hicieron, se aventajarán las mías.



Algo había en el aire de Alcalá, como si algún duende o mago hubiese entretejido unas palabras con otras. Las del premiado con las de aquel otro don Miguel presente desde el comienzo de su discurso:

Heme aquí, en esta histórica ciudad de Alcalá de Henares, tratando de decir unas palabras, trescientos setenta y ocho años después de que don Miguel de Cervantes Saavedra, nacido en ella, dijera discretamente la última suya antes de enmudecer para siempre. ¿Para siempre? El simple hecho de que hoy nos reunamos aquí, en esta prestigiosa Universidad, para honrar su memoria, demuestra lo contrario, esto es que don Miguel de Cervantes Saavedra no ha enmudecido, que su palabra sigue viva a través del tiempo, de acuerdo con el anhelo de inmortalidad que mueve la mano y el corazón del artista.


Ambos Miguel y ambos igualmente entregados a sus personajes: don Quijote, Sancho, Dulcinea, Tomas Rodaja, Cecilio Rubes, Daniel el Mochuelo, Lorenzo el cazador, el viejo Eloy, El Nini, el señor Cayo, el Azarías, Pacífico Pérez, Gervasio García de la Lastra, Roque el Moñigo, Germán el Tiñoso…………..

Ambos no enmudecidos sino multiplicados.


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